El hoyo negro
Cuando él aparece, mi visión se nubla, más bien se tensa. Me entorpezco todo. Apenas respondo tras un enorme esfuerzo. Ya estoy dentro de su campo magnético y mis piernas fallan bajo su dominio. Me doblega el efecto aún misterioso del pantalón marrón de su uniforme, el impulso es irresistible: el fuerte deseo de ponerme de rodillas y mamar su verga violentamente. Apenas respiro. Soy su puta transida de placer.
Él disfruta, pero no tanto como yo, porque mi boca es un hoyo negro al que eventualmente arriban todos los placeres... la precipitosa simiente de Leonardo.
Mariposa dentada
Con Fofó ocurre una transformación menos radical. En el marco de nuestras amistosas conversaciones disfruto ocupando un lugar abyecto. Camino como mariquita acalorada, los gestos sutiles y afectados. Cuando río, fatigosamente me llevo la mano al pecho, que sigue siendo, claro, visible y orgullosamente peludo.
Disfruto tanto este papel como disfruto comiendo vergas. No sé si F. disfrute realmente mi compañía, pero me agrada incomodarlo de vez en cuando, acosarlo aprovechándome de su excesivo tacto. Ligera jugarreta que tantea los límites de la tolerancia de mi nuevo amigo:
- ... es sólo que soy malo con el contacto en público...
- Perdón, ya no te tocaré o me acercaré más- digo parco y displicente.
- No, por favor- dice él para no ofenderme.
- Entonces, ¿deseas que te toque... chéri?- al pronunciar esta última palabra mi voz se torna dulce y por un instante la cantina se detiene para que nuestras miradas se crucen intensamente. Me recreo con la confusión de F.
Nuestras conversaciones oscilan tanto como el ingenio me permite, aunque él también agrega escozores y retos al juego, pero siempre la misma "máquina deseante" que echo andar como la frágil y dentada mariposa dandy en que me convierto bajo la influencia de mi querido F.
2
¿Pero ese soy yo? Siempre ha sido más fácil acomodarse la máscara masculina, porque desde niño te decían que no debías caminar así, hablar de tal manera... pero cansa ser decodificado siempre de la misma forma. Confieso que en lo que a identidades de género respecta, soy un defensor acérrimo de la incongruencia.
Mi subjetividad, que por otra parte ha sido conformada por experiencias muy dispares, se encuentra en ciertos textos. Hago mías las afirmaciones de Goffman acerca del performance social. Siempre histriones, tratamos de ser coherentes con nuestros actos, pero de cualquier modo, la ruptura es a veces inevitable. Y aquí es donde se introducen ciertos malestares sociales, y la baja calificación moral del sujeto cuando no logra apegarse a "su" papel.
Algo así me pasó cuando frente a mis compañeros de escuela mostré interés por un chico que me buscaba. ¿Es que no te gustaban las chicas?, pregunta una amiga con una indisimulable mirada de azoro. Aunque quise matarla en ese momento, entendí que tal asombro se debía a las reglas sociales de interpretación y decodificación que aplicamos a todos los individuos, siguiendo el análisis de Goffman.
Esa pregunta no es tan inocente como parece. Resulta que podría ser traducida de la siguiente manera: ¿Acaso no eras un hombre? Mi coherencia masculina había sido comprometida, si hemos de seguir a Judith Butler en la afirmación de que la inseguridad para afirmar la subjetividad no-heterosexual es la inseguridad acerca del espacio de género que se ha de ocupar.
En fin, estas modificaciones han traído más modificaciones. Sólo me queda registrar el cambio. Lo que antes era unidad indivisible, ahora se presenta como una unidad-collage, que camaleonicamente cambia de colores con la situación, con mi interlocutor, etc.
Y si no ocupo un espacio de género estable, entonces, invirtiendo el razonamiento butleriano, ¿mi sexualidad es estable?
Entonces me hallo en otro texto, ahora de Núñez Noriega: "... el recordatorio del carácter fragmentado, inestable e incoherente de su propia hechura masculina" Tal vez sea así, sin ir más lejos: toda identificación con el modelo (en este caso de género, pero puede ser de otro tipo) genera intrínsecamente extrañamiento y escisión. Sólo debe uno escuchar el crac interior.
La próxima... con menos frío.
"Guey, me despiertas en dos canciones". Pensé en organizar una velada en honor de F. y él se duerme. No sé si no aguanta más vino o se trata del frio. Entonces me da la espalda y se la acaricio, tratando de obtener calor, tratando de dárselo. Podría bajarle los pantalones y acariciar su culo suavemente, saber que haría un amigo frente al abuso.
En realidad solo lo acaricio como el niño en que se ha convertido. Consigo otra cobija para protegerlo, para acunarlo en mis manos como nunca me ha permitido. Luego me da miedo que se congele en mi patio y decido despertarlo para meterlo a mi casa, porque ahora yo soy el protector: F. me ha cedido el lugar hipermasculino que siempre le corresponde y lo asumo sin dificultad gracias a esa mexicanidad chiclosa inevitablemente heredada por los arcanos de esta tierra...
Al subirse al taxi que lo llevará a casa me dice "Isaac, un gusto... la próxima... con menos frío". Entonces yo lo envuelvo en un colorido sarape que resulta sorpresivamente hermoso sobre los hombros de F.
REFERENCIAS
Butler, Judith (2006) Deshacer el género. Paidós: Buenos Aires.
Goffman, Erving (1997). La presentación de la persona en la vida cotidiana. Amorrortu: Argentina.
Nuñez Noriega (2003) Masculinidad e intimidad: identidad sexualidad y sida. UNAM: México.
*Fotografía tomada del cartel del videofilm Las figuras de la pasión de Rafael Corkidi